RESEÑA: RENDICIÓN-RAY LORIGA

Rendición-Ray Loriga
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En esta ocasión le ha tocado el turno a Ray Loriga, y el estreno no podría haber sido mejor.
De Ray Loriga siempre me echó un poco para atrás su aura de chico rebelde que hace lo que le viene en gana, tan pagado de sí mismo...reconozco que me daba un poco de pereza la persona-personaje, y por ello aún no me había animado con ningún libro suyo. Es una pena que en ocasiones ocurra esto, o al menos así me sucede a mí; que desechemos una novela por sentir cierta “antipatía” por la persona que está detrás de sus páginas pensando que si así es, así escribirá. Es un prejuicio que tengo el firme propósito de erradicar, ya que creo que me estoy perdiendo grandes historias como la que cuenta Redención.
Por lo que respecta a la novela en sí, decir que su originalidad radica no tanto en la trama,que también lo es, sino en la forma de narrar que ha escogido el autor, dando voz a un sólo personaje,del que desconocemos el nombre,y haciendo que a través de un monólogo suyo de casi 300 páginas, descubramos poco a poco los entresijos de una historia en apariencia simple pero que tiene un sustrato piscológico muy potente.
Por medio de ese personaje protagonista sin nombre,construido a base de brillanmtes reflexiones,aderezadas con sutiles toques de humor, puestos casi como si el autor quisiera que pasaran desapercibidos, conoceremos no sólo su vida, y por ende la de su familia, de la que nada más se nos proporcionan los nombres de sus dos hijos biológicos, Augusto y Pablo, y del niño-hijo adoptado, Julio,sino también la de las gentes que les acompañan en su destierro a la ciudad de cristal.
Combinando con gran acierto la distopía y el mundo rural, dos elementos que quizás puedan parecer un tanto incompatibles, pero  que se funden de manera perfecta gracias a la voz de ese narrador en primera persona, llena de nobleza y cercanía, el autor construye una poderosa fábula moderna en la que el dónde, él cómo y el porqué están universalizados, y son meros elementos escénicos al servicio de una historia que aspira,desde su sencillez, a contarnos grandes cosas, siendo empleados con gran maestría para realizar un agudo retrato sobre la condición humana, la manipulación gubernamental,la deshumanización de la sociedad, el individualismo frente al bien común, el conformismo innato al ser humano, y un sinfín de pequeños detalles imposibles de enumerar por su sutileza, que hacen de esta una lectura tremendamente enriquecedora, que nos deja un regusto amargo y nos invita a la reflexión y a una cierta autocrítica una vez terminada.
Resonaban en mi mente mientras avanzaba en la lectura atisbos de
“Intemperie” y “La tierra que pisamos”, de Jesús Carrasco, por lo original de su prosa y por ese apego a la tierra del que nacen los conflictos,tan bien manifestado en ambas;por momentos, me ha transportado también a esa perfecta sociedad creada por Margaret Atwood en “Por último el corazón”, e incluso he recordado, al leer al personaje protagonista, ese otro magnífico monólogo de voz rural creado por Dulce Chacón en la maravillosa novela “Cielos de barro”.
Si hay algo que comparten todas las novelas anteriormente citadas, es un cierto pesimismo, esa sensación de destino marcado de antemano por alguien, y que nosotros, como seres individuales, somos incapaces de modificar, y esta idea envuelve, con la misma mansedumbre con la que el narrador acepta el devenir de los acontecimientos, el tono general de la trama, resumido perfectamente en una de sus frase finales: «Uno tiene que saber cuándo su tiempo ya ha pasado. Y aprender a admirar otras victorias.»



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