RESEÑA:LA LLUVIA AMARILLA-JULIO LLAMAZARES
“A veces, uno cree que todo lo ha olvidado, que el óxido y el polvo
de los años han destruido ya completamente lo que, a su voracidad, un
día confiamos. Pero basta un sonido, un olor, un tacto repentino e
inesperado, para que, de repente, el aluvión del tiempo caiga sin
compasión sobre nosotros y la memoria se ilumine con el brillo y la
rabia de un relámpago.”
La más profunda y dolorosa soledad puede estar revestida de una belleza melancólica si quien nos la describe es Julio Llamazares.
Anticipamos ya que La lluvia amarilla no es un libro amable, ni en su forma ni en su contenido. Es algo que se puede percibir desde su mismo inicio, con esa incursión nocturna, sigilosa y casi furtiva, de un grupo de hombres sin nombre ni rostro a través de los bosques que rodean el pueblo abandonado de Ainielle. Destino final de su travesía, en él esperan encontrar a Andrés, último morador de este conjunto de casas derruidas que en su día fueron hogares, y que ahora son tan sólo el recuerdo vivo de un pasado que el tiempo se ha ido encargando de erosionar y borrar de forma inmisericorde.
La voz de Andrés, narrador único y singular, será también nuestra única compañía en esta desoladora lectura, en la que el paisaje y la naturaleza tienen casi tanta importancia como el propio personaje principal en sí.
Andrés, hombre rural casi arquetípico, nos habla en primera persona, en forma de áspero monólogo acorde a su condición, cargado sin embargo de un lirismo poético que puede resultar chocante en primera instancia, pero que acaba convirtiéndole en un personaje de los que quedan grabados a fuego en la memoria, y que dota a su voz de una fuerza que hará que una vez terminadas sus páginas, resuene como un eco en nuestra mente, haciendo difícil desprenderse de ella.
A través de los ojos de Andrés, conoceremos la historia de Ainielle, que es la suya propia, y seremos testigos de la marcha de sus últimos vecinos, hecho que marca un punto de inflexión determinante en su vida, sumiéndole en una honda tristeza de la que ya nunca se recuperará, tristeza que viene a rematar la muerte de su compañera de vida, Sabina. A partir de este momento, los acontecimientos se van desmoronando de forma paulatina, y el efecto de la absoluta soledad empieza a hacer mella en él, convirtiendo su narración en una confusa mezcla de divagaciones y momentos de gran lucidez. Por el carrusel de su memoria, y durante los 10 años que pasará sin más compañía que la de su fiel perra, desfilarán toda una serie de personajes y recuerdos que se irán haciendo cada vez más vivos y presentes a medida que la cordura del personaje protagonista y el fino hilo que le unen con el mundo real se vayan diluyendo como esas últimas gotas de escarcha que observa en la ventana ,derretidas por los primeros rayos de ese sol que indica que el invierno está próximo a su fin, que contra todo pronóstico, vivirá para ver una primavera más.
La ausencia total de diálogos, que en principio podría parecer un gesto descortés hacia el lector, haciendo de la lectura una tarea más ardua, está plenamente justificada y consigue el efecto deseado: Hacernos mucho más cercano el personaje de Andrés, de forma que vivamos y sintamos de manera mucho más directa la soledad y el desamparo que rezuman las páginas de esta pero conmovedora historia.
La lluvia amarilla trata sobre la muerte de Ainielle, ejemplo real y palpable de la despoblación que han venido sufriendo ciertas zonas de España, pero es mucho más. Es una reflexión sobre el valor y el sentido de la propia vida, el apego feroz a las costumbres, la familia, el orgullo, la memoria , el paso del tiempo y el olvido, y es, sobre todo, un viaje intimista que nos enfrenta con uno de nuestros mayores temores: la muerte, y nuestra preparación ante ella.
Lectura dura, pero enriquecedora.A punto de cumplirse 30 años de su publicación, en Delibros y Cía rescatamos del olvido y recomendamos encarecidamente la lectura esta pequeña gran joya literaria, que deja frases y escenas memorables a lo largo de todo su texto.
Valga, como muestra, una de ellas: “Fue el principio del fin, la iniciación del largo e interminable adiós en que a partir de entonces, se convirtió mi vida. Como la luz del sol, cuando se abre una ventana después de muchos años, rasga la oscuridad y desentierra bajo el polvo objetos y pasiones ya olvidados, la soledad entró en mi corazón e iluminó con fuerza cada rincón y cada cavidad de mi memoria.”
La más profunda y dolorosa soledad puede estar revestida de una belleza melancólica si quien nos la describe es Julio Llamazares.
Anticipamos ya que La lluvia amarilla no es un libro amable, ni en su forma ni en su contenido. Es algo que se puede percibir desde su mismo inicio, con esa incursión nocturna, sigilosa y casi furtiva, de un grupo de hombres sin nombre ni rostro a través de los bosques que rodean el pueblo abandonado de Ainielle. Destino final de su travesía, en él esperan encontrar a Andrés, último morador de este conjunto de casas derruidas que en su día fueron hogares, y que ahora son tan sólo el recuerdo vivo de un pasado que el tiempo se ha ido encargando de erosionar y borrar de forma inmisericorde.
La voz de Andrés, narrador único y singular, será también nuestra única compañía en esta desoladora lectura, en la que el paisaje y la naturaleza tienen casi tanta importancia como el propio personaje principal en sí.
Andrés, hombre rural casi arquetípico, nos habla en primera persona, en forma de áspero monólogo acorde a su condición, cargado sin embargo de un lirismo poético que puede resultar chocante en primera instancia, pero que acaba convirtiéndole en un personaje de los que quedan grabados a fuego en la memoria, y que dota a su voz de una fuerza que hará que una vez terminadas sus páginas, resuene como un eco en nuestra mente, haciendo difícil desprenderse de ella.
A través de los ojos de Andrés, conoceremos la historia de Ainielle, que es la suya propia, y seremos testigos de la marcha de sus últimos vecinos, hecho que marca un punto de inflexión determinante en su vida, sumiéndole en una honda tristeza de la que ya nunca se recuperará, tristeza que viene a rematar la muerte de su compañera de vida, Sabina. A partir de este momento, los acontecimientos se van desmoronando de forma paulatina, y el efecto de la absoluta soledad empieza a hacer mella en él, convirtiendo su narración en una confusa mezcla de divagaciones y momentos de gran lucidez. Por el carrusel de su memoria, y durante los 10 años que pasará sin más compañía que la de su fiel perra, desfilarán toda una serie de personajes y recuerdos que se irán haciendo cada vez más vivos y presentes a medida que la cordura del personaje protagonista y el fino hilo que le unen con el mundo real se vayan diluyendo como esas últimas gotas de escarcha que observa en la ventana ,derretidas por los primeros rayos de ese sol que indica que el invierno está próximo a su fin, que contra todo pronóstico, vivirá para ver una primavera más.
La ausencia total de diálogos, que en principio podría parecer un gesto descortés hacia el lector, haciendo de la lectura una tarea más ardua, está plenamente justificada y consigue el efecto deseado: Hacernos mucho más cercano el personaje de Andrés, de forma que vivamos y sintamos de manera mucho más directa la soledad y el desamparo que rezuman las páginas de esta pero conmovedora historia.
La lluvia amarilla trata sobre la muerte de Ainielle, ejemplo real y palpable de la despoblación que han venido sufriendo ciertas zonas de España, pero es mucho más. Es una reflexión sobre el valor y el sentido de la propia vida, el apego feroz a las costumbres, la familia, el orgullo, la memoria , el paso del tiempo y el olvido, y es, sobre todo, un viaje intimista que nos enfrenta con uno de nuestros mayores temores: la muerte, y nuestra preparación ante ella.
Lectura dura, pero enriquecedora.A punto de cumplirse 30 años de su publicación, en Delibros y Cía rescatamos del olvido y recomendamos encarecidamente la lectura esta pequeña gran joya literaria, que deja frases y escenas memorables a lo largo de todo su texto.
Valga, como muestra, una de ellas: “Fue el principio del fin, la iniciación del largo e interminable adiós en que a partir de entonces, se convirtió mi vida. Como la luz del sol, cuando se abre una ventana después de muchos años, rasga la oscuridad y desentierra bajo el polvo objetos y pasiones ya olvidados, la soledad entró en mi corazón e iluminó con fuerza cada rincón y cada cavidad de mi memoria.”
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